Las armas secretas de la Historia
Balance, perspectivas y desafíos de la historiografía cubana en cincuenta años de Revolución. Premio de Ensayo Casa de las Américas-CLACSO 2009 «Cuba, a cincuenta años de la Revolución: balance, desafíos y perspectivas»
El advenimiento del primer medio siglo de la Revolución Cubana, gigantesco hecho histórico en el devenir del pueblo cubano, es un momento oportuno para reflexionar sobre los problemas, avances e insuficiencias de la ciencia histórica en la Isla durante estos diez lustros. Se trata de un ejercicio intelectual necesario y de la mayor importancia epistemológica, puesto que la Revolución no solo fue ella misma un decisivo parteaguas histórico, sino porque abrió perspectivas inéditas y de gran alcance en el conocimiento que los cubanos podían y debían construir sobre su pasado, un pasado de fulgores y cerrazones, dominaciones y rebeldías, en el que el propio cambio revolucionario encontraba raíces y continuidades libertarias. Félix Julio Alfonso López La Ventana.
En rigor, el tratamiento que haré aquí de este asunto será ensayístico y por lo tanto no debe considerarse con pretensiones de exhaustividad. Me centraré en comentar aquellos autores y obras que considero medulares en la producción historiográfica del último medio siglo, sus contextos históricos y la trascendencia de su legado al patrimonio científico y cultural de la nación, por lo que forzosamente muchos otros autores y obras no serán mencionados. He preferido dar coherencia a mis ideas siguiendo un hilo que combina lo cronológico y lo temático, pues de otro modo haría demasiado extenso el texto y superaría los objetivos de esta aproximación.
Por último, me ceñiré a aquella producción historiográfica escrita y publicada en Cuba durante los cincuenta años de Revolución, sin que ello implique menoscabo ni discriminación al valioso corpus historiográfico que se ha escrito y sigue haciéndose por historiadores cubanos y foráneos más allá de nuestras fronteras.
Un punto de partida para este análisis lo constituye el conjunto de trabajos recopilados en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí en sus dos primeros números de 1985, justo al cumplirse el primer cuarto de siglo de la Revolución en el poder, donde se realiza un balance bastante pormenorizado por áreas temáticas de lo producido hasta esa fecha.[1] Transcurridos otros veinticinco años no se ha reeditado una empresa similar de recuento y crítica historiográfica de carácter global, aunque en los últimos lustros se han producido acercamientos valiosos a este tópico, desde lugares y puntos de vista disímiles, que abarcan estudios de perfil general junto a otros con objetivos más específicos.
Entre los textos más trascendentes en este sentido considero los artículos de Jorge Ibarra Cuesta[2], Fernando Martínez Heredia[3], Enrique López Mesa[4], Oscar Zanetti[5], María del Carmen Barcia[6] y Olga Portuondo.[7] También son de interés las entrevistas realizadas en diferentes momentos sobre sus trayectorias profesionales a importantes historiadores como Manuel Moreno Fraginals[8], Julio Le Riverend[9] y Jorge Ibarra Cuesta[10], así como las aproximaciones a la historiografía más reciente realizados por Ricardo Quiza[11] y Rafael Rojas[12]. En las páginas que siguen consignaré la deuda contraída con muchas de las ideas que aparecen en esos trabajos.
I
Una primera pregunta antes de abordar la etapa revolucionaria sería: ¿Qué encontró la Revolución en el campo del quehacer historiográfico desplegado durante la época republicana?
Siguiendo el parecer de otro notable historiógrafo, Julio Le Riverend, la República se caracterizó por una escritura de la historia “militante, dispersa y ensayística”, la que subdivide para su análisis en tres grandes períodos: uno que va de 1902 a 1920 y que se definiría por la continuidad con la historiografía del siglo XIX; una etapa de transición entre 1920 y 1940 que Le Riverend llama “del inicio de una nueva historiografía”, dominada por la figura de Ramiro Guerra, y el “período de la revisión” que abarca de 1940 a 1958, en el cual “se desarrolla plenamente la obra múltiple de Roig, Guerra y Ortiz y (…) han de aparecer los primeros estudios marxistas bien definidos”.[13]
El texto que acabo de citar fue publicado en 1969, a una década del Triunfo de Enero, sin embargo su autor no incursiona en esos diez primeros años de quehacer historiográfico en la Revolución y tampoco profundiza en los estudios marxistas republicanos, con la excepción de Azúcar y abolición (1948) de Raúl Cepero Bonilla, al que llama “obra capital”. En su estudio, Le Riverend pondera como los tres grandes historiadores prerrevolucionarios a Ramiro Guerra (1880-1970), Fernando Ortiz (1881-1969) y Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), y apunta con justicia que:
La obra de Roig, de Guerra y de Ortiz es la de mayor influencia en la revisión cultural de Cuba que se produce hasta la Revolución Socialista. Quizás un día tengamos que convenir en que sus obras, aun cuando no se definieran como ideológicamente militantes, fueron el alimento que recibió la juventud que se incorporaba al movimiento marxista-con un caudal de conocimientos científicos-deducidos del trabajo de estos tres maestros, y, al par, con un sentido crítico ejercitado en el manejo de sus obras.[14]
En su ensayo dedicado a la historiografía cubana del siglo XX, Oscar Zanetti también le reconoce a la trilogía Guerra-Ortiz-Roig el carácter canónico y avanzado de sus obras, aunque descubre valores en los trabajos de otros investigadores y profesores como José Luciano Franco, Elías Entralgo, Herminio Portell Vilá, Enrique Gay-Calbó y Fernando Portuondo. Asimismo registra la impronta del marxismo en los estudios históricos previos a 1959, el cual: “se injerta de modo natural en el movimiento de renovación historiográfica al cual aporta su marcado acento interpretativo y la aplicación explícita de una teoría de la historia”[15], aunque muchos de estos intentos se encontraban lastrados por la escasa formación profesional de sus autores y el predominio del paradigma “reinterpretativo” por encima de investigaciones rigurosas con fuentes primarias. Una contribución notable en esta dirección fue la teorización de Carlos Rafael Rodríguez sobre los métodos para escribir la historia de Cuba bajo los presupuestos del marxismo, donde sentenciaba:
La historia marxista de Cuba deberá hacerse (…) sin parcialidades ni cabildeos. Para escribirla precisará un recuento escrupuloso de todas las pruebas documentales, testimonios y referencias. Nada más ajeno a la veracidad histórica que debe prevalecer, que esa censurable “pudibundez” patriótica, según la cual los principales documentos esclarecedores de las divergencias entre los cubanos revolucionarios de ayer, las pruebas de la pequeñez de muchos de ellos y el desvío de otros, andan por ahí escamoteados en archivos particulares, por suponerse que las manchas de este o aquel personaje pueden desvanecer la riqueza del pensamiento revolucionario cubano. La Historia de Cuba, que después de indispensables tanteos ha de salir en definitiva, solo podrá lograrse prescindiendo de estos criterios pacatos.[16]
Partiendo de este enfoque enunciado por Carlos Rafael Rodríguez, la obra de Raúl Cepero Bonilla[17] constituyó la más sólida interpretación marxista de un período histórico en la Cuba prerrevolucionaria y “el más acabado exponente cubano de lo que en otras partes de Latinoamérica se conocería como «revisionismo historiográfico»”.[18]
Mención aparte merecen los Congresos Nacionales de Historia, celebrados regularmente entre 1942 y 1960 con el auspicio de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales y bajo el liderazgo de Emilio Roig de Leuchsenring[19], renovadores de muchas visiones sobre la historia nacional[20], como las tesis nacionalistas de Roig de que la guerra hispano-cubano-norteamericana fue ganada por el Ejército Libertador y que Cuba no debía su independencia a los Estados Unidos.[21] La historia regional nunca alcanzó grandes desarrollos[22], con la excepción de los numerosos trabajos sobre La Habana de Roig y la monografía dedicada también a la región habanera por Julio Le Riverend.[23] La obra más ambiciosa de historia general concebida en este período, la Historia de la nación cubana en diez volúmenes, obra de un colectivo dirigido por Ramiro Guerra, José Manuel Pérez Cabrera, Juan J. Remos y Emeterio Santovenia, mereció el juicio desaprobatorio de Manuel Moreno Fraginals en el sentido de que:
Faltó a la obra una seria exigencia erudita, una profunda labor de investigación en el enorme caudal de fuentes intocadas, y una seria incursión por los caminos recién abiertos de la moderna historiografía que marcaban una nueva manera de ver y referir el pasado. No se intentó siquiera, en ninguno de los capítulos, un análisis weberiano o marxista, una ponderación cuantitativa, una apertura en el campo de las familias, o de la mujer, y ni siquiera se abrió un espacio independiente para tres temas claves de la vida cubana: la esclavitud, el prejuicio racial y el azúcar. La obra, al editarse, tenía el rancio sabor de las cosas viejas.[24]
Precisamente en 1952, año de edición de la obra citada y del cincuentenario de la República, se produjo el golpe militar que llevó al poder al general Fulgencio Batista, abriendo una nueva época de luchas cívicas y revolucionarias que culminó con el derrocamiento de la dictadura y el triunfo de 1959. La victoria popular destruyó el orden político-social burgués y comenzó a transformar vertiginosamente las relaciones sociales, económicas, culturales y entre las personas. Semejante desquiciamiento del orden fue acompañado por un tiempo de fundaciones, donde la audacia y el talento al servicio del cambio social fueron el signo de la época.
La historiografía también sufrió ese impacto y se volcó sobre la sociedad desde las aulas universitarias y la recién creada carrera de Historia (1962), las instituciones fundadas para promover la investigación científica y la socialización cada vez mayor del conocimiento sobre el pasado. Una sociedad en ebullición y una población rápidamente escolarizada[25] con elevados niveles de politización, exigieron de la ciencia histórica y de los historiadores lecturas del ayer que rescataran los sujetos y las gestas populares, invisibilizadas o manipuladas por la historiografía de los grandes hombres y los relatos heroicos de la burguesía. En este sentido el crítico José Antonio Portuondo apuntaba en 1963:
Hasta aquí no hubo más historia entre nosotros que la que se dedicó a estudiar el ascenso y decadencia de la clase hegemónica, dominante: la burguesía insular. De ahí un inevitable fatalismo y el tono pesimista que la caracterizan; al identificar con el de la burguesía el destino mismo de la patria. De ahí también la deliberada omisión del proceso ascendente de las clases explotadas y de sus luchas constantes —rebeliones de esclavos y de trabajadores libres, la organización obrera, las huelgas, etc.— que cuando, por su magnitud, no pueden ser ignoradas, se las menciona casi siempre como obstáculo al progreso de la nación. Falta aún, por otra parte, un buen estudio de nuestra historiografía que nos permita seguir paso a paso el desarrollo de la historia escrita como expresión definidamente clasista, como reflejo del pensamiento de la burguesía cubana en las diversas etapas de su existencia histórica.[26]
La Revolución, además, reclamaba a los historiadores rigor y audacia en sus planteamientos, necesariamente polémicos, pues se trataba de desmontar interpretaciones y visiones edulcoradas del devenir insular, algunas vigentes bajo el manto de un marxismo ingenuo.[27]
II
La obra historiográfica cumbre de Fernando Ortiz, su Historia de una pelea cubana contra los demonios, verdadero ejemplo de enciclopedismo humanista y de historia de las mentalidades, se publicó en 1959 [28], pero este tipo de obras eruditas no sería la que marcaría la década siguiente, sino la discusión en torno a los problemas del surgimiento de la nación y la nacionalidad, como resultado lógico de una Revolución que encontraba su legitimidad en la historia de luchas del pueblo cubano por alcanzar un país democrático, soberano en lo político e independiente de los Estados Unidos.
Como ha señalado con acierto Zanetti, en este punto se abrazaron la poderosa tradición nacionalista capitaneada por Emilio Roig y la corriente marxista: “de realizaciones aun discretas, pero suficientes para ofrecer una perspectiva diferente del pasado cubano”.[29]
Cualquier lector interesado en temas históricos durante los primeros años de la década de 1960, podía encontrase con obras tan heterogéneas en sus enfoques sobre lo nacional como la de Walterio Carbonell, Cómo surgió la cultura nacional,[30] y la de Sergio Aguirre, Lecciones de historia de Cuba.[31] La diferencia entre ambos era notable, aunque dichos autores se reconocían como marxistas en su interpretación, pues mientras Carbonell reivindicaba el protagonismo de los subalternos, en este caso la enorme masa de población esclavizada y sus luchas en el proceso formativo de la nación, y denunciaba la supervivencia de concepciones “librescas y aristocráticas de la cultura”, Aguirre prefería en su explicación histórica del devenir nacional el esquema estalinista y su imprecisa teoría sobre la nacionalidad.
Ambos libros tuvieron destinos editoriales también diversos, pues mientras el texto de Aguirre conoció amplia divulgación, el de Carbonell se limitó a una sola edición durante más de cuarenta años. Quizás porque, como afirma Martínez Heredia: “esa obra, sumamente valiosa, tenía más tesis que argumentos e iba demasiado lejos, por lo que fue relegada”.[32]
Este incipiente panorama cambiaría rápidamente, ya durante el primer lustro revolucionario, con la aparición de las primeras obras, verdaderamente sólidas en sus argumentos de investigación y análisis interpretativos, de Juan Pérez de la Riva y Manuel Moreno Fraginals. En 1963 Pérez de la Riva, formado en la tradición de la demografía, la geografía y la historiografía francesa, dio a conocer la correspondencia reservada del general Miguel Tacón y Rosique, uno de los más furibundos enemigos de la independencia de Cuba, iniciando así una brillante trayectoria intelectual que conocería textos fundamentales como los recogidos en Contribución a la historia de la gente sin historia (con Pedro Deschamps Chapeaux, 1974), El Barracón y otros ensayos (1975), y publicados después de su muerte ocurrida en 1976, Los culíes chinos en Cuba (2000) y La conquista del espacio cubano (2004).
Pérez de la Riva aportó a la historiografía marxista revolucionaria una firmeza conceptual y analítica de la que carecía, fue un pionero en el trabajo estadístico y demográfico[33], un amplio conocedor de las fuentes primarias, y por si fuera poco un excelente escritor de la historia. La extensa introducción a las cartas de Tacón es un magistral estudio de los primeros cuarenta años del siglo XIX cubano, destacando la complejidad de este gobernante autoritario, y sus contradicciones con la oligarquía criolla —representada por el Conde de Villanueva—, la vieja aristocracia que dominaba el cabildo de La Habana, así como la iglesia católica aliada de aquellos intereses.[34]
En su breve pero enjundioso ensayo titulado “Una Isla con dos historias” (1968), amén de su original tesis de la existencia de una Cuba A (la plantación esclavista) y una Cuba B (el país profundo no vinculado directamente a la plantación),[35] ofreció su interpretación del proceso de formación nacional durante el siglo XIX, cuyo núcleo encuentra en las guerras independentistas más que el mundo de la cultura letrada de las elites decimonónicas: “En plena Sierra la tea de Maceo, Gómez, Moncada, Crombet y tantos otros, hizo su obra y a su resplandor, con más rapidez que a la luz de las arañas de gas, se forjó la unidad nacional”.[36]
El triunfo revolucionario le propició a Manuel Moreno Fraginals, con una temprana formación como historiador en el Colegio de México (1946-47) pero que se había dedicado durante los años 50 a la gerencia empresarial en Venezuela, reencontrarse con el que habría de ser su destino intelectual, escribir la obra de historia más descollante de la primera etapa revolucionaria: El ingenio. Complejo económico-social cubano del azúcar (1964, 2ª ed., 1978, 3 vols.). Ya desde 1960 Moreno Fraginals había presentado sus credenciales como acucioso investigador en su estudio biobibliográfico sobre José Antonio Saco, donde su autor pregonaba abiertamente que la historia nacional había sido escrita hasta entonces por y para la burguesía de Cuba: “Nuestros historiadores han escrito casi siempre con mentalidad azucarera. Nuestras fuentes historiográficas son fuentes viciadas por hacendados y negreros”.[37]
La tarea que Moreno se propuso en El ingenio…, con el apoyo de la Universidad Central de Las Villas, fue reconstruir en sus más mínimos detalles la gran maquinaría de la plantación azucarera del occidente de Cuba, y sus interrelaciones profundas con la cultura material y la ideología de las clases dominantes en el siglo XIX cubano. Su perspectiva aspiraba a ser totalizadora, mirando la sociedad insular desde la atalaya que Moreno consideraba su eje productivo fundamental: el ingenio de azúcar. Lo novedoso de su enfoque marxista, alejado de cualquier estructuralismo o economicismo determinista, radica en que, como nos advierte desde el inicio:
Esta obra (…) pretende seguir las huellas que arrancan del azúcar y se manifiestan en la instauración de una cátedra universitaria, o en un decreto sobre diezmos, o en la forma característica del complejo arquitectónico urbano, o en los efectos terribles del arrasamiento de los bosques y la erosión. Y hemos ido hacia esta investigación porque estamos plenamente convencidos de que sin un estudio exhaustivo de la economía cubana no hay posibilidad alguna de interpretar correctamente su historia.[38]
Además, el autor de esta cardinal monografía no ocultaba la función social que la misma debía cumplir, en el sentido de reconocer que se trataba de una obra “analítica y densa”, pero con la convicción de que “la Revolución necesita estudios básicos, con firmeza en los métodos empleados y en las fuentes de investigación”.[39] Es decir, se trataba de alcanzar un momento de madurez en el orden ideológico y teórico en el campo de la historia, mucho más útil al proyecto revolucionario que obras declaradamente marxistas pero de escasos valores y trascendencia historiográfica.
Fue, además de un libro escrito con elegancia y rigor poco comunes, un alegato contra el dogmatismo y el empobrecimiento teórico que predominó durante la primera mitad de los años 70, y la fecha del prólogo a su edición definitiva no puede resultar más reveladora: 1974. Aunque después de su salida de Cuba Moreno afirmó que tuvo algunas dificultades con burócratas menores para publicar la obra,[40] lo cierto es que la misma obtuvo rápidamente el reconocimiento de dirigentes revolucionarios de la talla del Che, que consideró: “no haber leído un libro latinoamericano en el cual se conjugara el riguroso método marxista, la escrupulosidad histórica y el apasionamiento”, augurando que el ensayo devendría en “un clásico cubano”.[41] Y Raúl Roa se refirió al Ingenio… como una “obra monumental”, superadora de toda la historiografía precedente.[42]
Dos años después de publicar el primer tomo de El Ingenio…, en 1966, Moreno Fraginals encendió la polémica —entre varias que tuvieron lugar en esa etapa— con la publicación en la revista Casa de las Américas de un artículo titulado “La historia como arma”, dedicado al comandante Ernesto Guevara. Allí comenzaba denunciando la escasa calidad de las obras históricas disponibles en ese momento y su insuficiente impacto sobre la sociedad, y reclama para la etapa revolucionaria “una historia nueva, (…) una forma distinta de ver el pasado”.[43] Moreno descalificaba la aparente neutralidad de los historiadores burgueses y sus productos escritos, y clamaba por un científico social total y moderno, al tanto de la vida real que transcurre fuera de los archivos y bibliotecas, siempre ávido de nuevos conocimientos y fuentes para interpretar el pasado. Este nuevo historiador cubano debía estar comprometido socialmente y ser sensible a las problemáticas humanas de su tiempo, y en ello la formación profesional universitaria debía jugar un rol decisivo.
Aquel “material explosivo”, como lo calificó el propio autor en una entrevista, provocó “agrias polémicas” en la Universidad de La Habana,[44] pese a que muchas de sus ideas eran valiosas y revolucionarias del quehacer historiográfico. Paradójicamente, fue muy publicitado fuera de Cuba y sirvió como título a una compilación de ensayos de Moreno publicada en España.[45] En opinión de Pedro Pablo Rodríguez: “…fue bueno aquel escrito porque funcionó como un reto para muchos. Y estimo que esa ha sido su mejor contribución personal al gremio de los historiadores: acicatear el trabajo con originalidad, desprejuiciadamente y con pasión”.[46]
El otro gran historiador que marca con su impronta los años 60 y los decenios posteriores fue Julio Le Riverend Brusone. La mayor contribución de Le Riverend fue realizada en el ámbito de la historia económica, de lo que dan fe los capítulos bajo su firma en la obra colectiva Historia de la Nación Cubana (1952), luego recogidos en libro aparte bajo el título de Historia Económica de Cuba (1971), así como su ensayo sobre los problemas de la formación agraria de Cuba en los siglos XVI y XVII (1992).
En 1963 Le Riverend había publicado un libro también titulado Historia Económica de Cuba, el cual constituía una versión de las clases que en dicha materia su autor había impartido en años precedentes en la Universidad de La Habana y por tanto tenía un fin docente “provisional”, susceptible de sucesivas mejoras. Pese a ello, Juan Pérez de la Riva lo consideró “una piedra miliar” de la historiografía cubana y señaló con satisfacción: “…por fin tenemos un texto coherente, rico en material y pensamiento”.[47] También se destaca su trabajo de síntesis sobre una etapa poco estudiada en aquel momento: la República burguesa neocolonial, publicado bajo el rótulo de La República: dependencia y revolución (1966). Otros textos suyos posteriores tuvieron propósitos docentes, como la obra colectiva Historia de Cuba (1974-1978, 6 vols.), o carácter divulgativo, como en el caso de su Breve historia de Cuba (1978).
Asimismo destacan sus trabajos relacionados con la historia regional,[48] tema al que Le Riverend dedicó numerosos artículos, los capítulos sobre el proceso de formación de una sociedad criolla, compilados por su discípulo Hernán Venegas Delgado bajo el título de Estudios sobre el criollo (2005) y su rica veta de pensador antiimperialista, recogida por Josefina Suárez en el tomo Julio Le Riverend y la historia del pensamiento antiimperialista cubano (2005). No faltan quienes le reprochan a Le Riverend haber dedicado varias décadas al trabajo como funcionario de la cultura en detrimento de su obra personal, pero esta crítica me parece injusta tratándose de un intelectual orgánico de la Revolución como lo fue Le Riverend.
Un historiador que no alcanza la talla de los anteriores, pero que junto a José Luciano Franco fue un notable impulsor de los estudios sobre la esclavitud y la impronta de la población de origen africano en la sociedad cubana fue Pedro Deschamps Chapeaux.[49] Su obra más significativa quizás sea la que realizó en colaboración con Pérez de la Riva sobre la “historia de la gente sin historia”.[50] Si Franco había privilegiado los temas de la trata clandestina y las conspiraciones antiesclavistas como la de José Antonio Aponte,[51] el mayor aporte de Deschamps fue su condición innovadora en los estudios de un fenómeno tan complejo como el de la población libre negra y mulata en las ciudades, muchos de ellos propietarios de esclavos, y el cimarronaje urbano de los esclavos africanos, tradicionalmente asociado a las rebeliones, individuales o colectivas, en las zonas agrícolas de la plantación.[52]
Por supuesto, no es posible aludir a este tema sin mencionar como antecedente notorio la Biografía de un cimarrón, del poeta y etnólogo Miguel Barnet[53], publicada en 1966. El libro de Barnet es uno de esos raros ejemplos donde literatura, antropología e historia cruzan sus imprecisas fronteras, dando como resultado una obra maestra. En fecha más reciente, una revisión concienzuda del tema del cimarrón en la cultura cubana ha sido desarrollada por la investigadora y profesora universitaria Ana Cairo.[54]
La revista Casa de las Américas fue una de las publicaciones que mayor impulso dio desde su misma fundación al conocimiento de los mejores valores de nuestra historia, y abrió el campo a debates y polémicas entre destacados historiadores. Un número particularmente feliz en ese sentido —aunque naturalmente no el único— fue el volumen doble 51-52 de noviembre de 1968 a febrero de 1969, con motivo del primer decenio de la Revolución en el poder. En el ámbito estrictamente historiográfico recogió las opiniones de Moreno Fraginals, Jorge Ibarra y Oscar Pino Santos en una Mesa Redonda bajo el título de “Historiografía y revolución”. Al calor del medular discurso pronunciado por Fidel el diez de octubre de 1968 en Demajagua[55], el trío de historiadores discutió acerca de las diferentes etapas formativas de la nacionalidad y el papel jugado por las luchas independentistas y de liberación nacional en aquel proceso.
Uno de los panelistas, Jorge Ibarra Cuesta, había publicado ya un manual de historia general durante su etapa como investigador en las FAR (1967) y también una colección de ensayos muy sugerentes sobre los procesos revolucionarios del siglo XIX bajo el título de Ideología mambisa (1967, 2ª ed. 1972). Esta última obra generó una polémica con Marcos Llanos, publicada en el mismo número 51-52 de Casa, en la que este atacaba los puntos de vista de Ibarra sobre la formación nacional amparándose en la consabida fórmula estalinista y censura otros criterios referidos al papel de la esclavitud y la guerra del 68 en el acontecer histórico de la nación. Ibarra le respondió con acritud y puso al descubierto los prejuicios manualescos de Llanos, y de paso aprovechó para denunciar como:
Un cierto marxismo positivista ingenuo ha pretendido, por medio de un proceso de inversión, extraer de la obra del más destacado de los positivistas cubanos en el campo de la historia, Ramiro Guerra, conclusiones científicas. El resultado ha sido invertir el positivismo, sin arrancar la “ganga idealista” que constituye su meollo. La fórmula es bien simple: la obra de algunos epígonos marxistas + la tradición positivista cubana = una hechología marxista.[56]
La obra historiográfica de Jorge Ibarra ha crecido y madurado mucho desde aquellos textos, que según sus propias palabras. “fueron libros destinados a probar que había habido un gran corte histórico en el año 1868, cuando se inician las luchas por la independencia”[57], y su producción posterior se ha diversificado y convertido en una referencia imprescindible dentro de las investigaciones realizadas en el medio siglo de Revolución.[58] Ibarra ha tenido como eje de su labor las luchas del pueblo cubano y el proceso de formación de la nación[59], pero cree muy importante: “la necesidad de profundizar cada vez más en otro tipo de sujetos, de llevar al pie de la letra, con nombre y apellido la actitud de los protagonistas históricos (…) pero siempre que sea complementario con los estudios ya de más larga duración”.[60]
Junto a Casa, la revista Pensamiento Crítico (1967-1971), del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, fue otro lugar de encuentro privilegiado para divulgar y debatir asuntos relacionados con la historia nacional y las tradiciones emancipadoras del pensamiento mundial. Un número antológico por la riqueza y diversidad de sus contenidos fue el dedicado a la revolución de los años 30 (no. 39, abril de 1970), pero no fue el único. En palabras de su director, Fernando Martínez Heredia:
En un gran número de textos y notas editoriales a través de toda la colección puede constatarse una posición en Historia y una ideología específicas (…) y una masa de informaciones, resultados de investigaciones, juicios y divulgaciones dentro de esa corriente. Los procesos revolucionarios de Cuba recibían espacio privilegiado y el pensamiento relacionado con ellos. También se dedicó un amplio sitio a temas históricos de otros países-la mayoría del llamado Tercer Mundo-y a cuestiones teóricas relacionadas con la Historia; además de su valor intrínseco, unos y otros se proponían influir sobre la actividad cubana en el terreno de la Historia.[61]
En resumen, los años 60 fueron una época fecunda para la investigación y la escritura de la historia, y junto a los grandes temas relacionados con la gesta independentista y la epopeya de la nación, se desplegaron cuestiones de historia económica y social que enriquecieron el panorama de los estudios históricos. El ambiente intelectual era propicio a la polémica y se recibían múltiples influencias teóricas y metodológicas, desde los manuales soviéticos hasta el estructuralismo, la lingüística, el marxismo británico y los Annales franceses. Junto a la triada clásica de Marx, Engels y Lenin, divulgados copiosamente, también se publicaban y aceptaban los aportes filosóficos del marxismo de Antonio Gramsci y Louis Althusser, de Lukacs y Marcusse, Bloch y Adorno, Sartre y Hobsbawm.
Aunque existieron algunos ejemplos de historias escritas bajo los férreos esquemas de los manuales estalinistas,[62] lo decisivo en aquellos años fue, al decir de Oscar Zanetti que: “tocaba a su fin la prolongada hegemonía del paradigma positivista en la historiografía cubana (…) que para entonces ofrecía tempranas evidencias de lo que en Latinoamérica comenzaba a denominarse como la “nueva historia”.[63]
III
Contrastando con la política de aperturas y debates culturales que fue la década de 1960,[64] los 70 y parte de los 80 estuvieron signados por códigos opuestos, en un panorama de oscurantismo intelectual bautizado por Ambrosio Fornet como Quinquenio Gris.[65] La historia se convirtió en una “teleología” cuyo fin último era ponerse al servicio del “materialismo dialéctico”, para lo cual era necesario enseñar una visión esquemática, determinista y por lo tanto empobrecedora de la disciplina.[66]
Importantes historiadores no pudieron enseñar o se mantuvieron al margen de las universidades (Moreno Fraginals y Jorge Ibarra Cuesta son los casos más notorios), cuando no fueron relegados en su proceso de desarrollo académico y científico. Otros no podían publicar sus investigaciones y de manera general no se tenía acceso a las corrientes contemporáneas en teoría y metodología de la historia producidas en los países no socialistas.[67]
Tanto o más grave era la ausencia de publicaciones especializadas en ciencias históricas y la existencia de temas prohibidos para la investigación.[68] Según Ibarra: “no hacía falta investigar en archivos o bibliotecas para ser historiador, bastaba ser marxista (…) la degradación de nuestro oficio llegó a ser tal que cualquiera podía considerarse historiador, periodista, cuadro político, orador sagrado o profano”.[69] Uno de los aspectos más negativos de la etapa marxista “ortodoxa” fue la supresión de la enseñanza de la historia de Cuba: “al disolverse sus contenidos en una disciplina histórica general organizada de acuerdo con la sucesión de formaciones económico-sociales a escala mundial. Con ello se eliminó toda posibilidad de estudios sistemático de la historia nacional, desaparecieron los textos sobre la materia y, lo que es peor, se formó toda una generación con muy pobres conocimientos sobre el proceso histórico cubano”.[70]
Quizás el texto que mejor ilustra el ambiente de dogmatismo autoritario imperante en el discurso oficial, es el artículo de Sergio Aguirre “La trampa que arde”, publicado en la revista Revolución y cultura en marzo de 1974 (el texto aparece fechado en noviembre de 1973), órgano del Consejo Nacional de Cultura.[71] Allí Aguirre trató de implantar el modelo de historiador que necesitaba la Revolución, muy distante del enunciado por Moreno Fraginals pocos años antes, y cuáles eran las herramientas que debía utilizar para su trabajo.
El antiguo historiador marxista se quejaba del “déficit cualitativo” que exhibía la producción historiográfica del momento, y la emprendía contra los historiadores que se ocupaban “de narrar con minucia los hechos históricos”, los que escribían “historia idealista”, los “católicos que han logrado convencerse a sí mismos de que no intentan dañar el proceso revolucionario y lo único que piden es una sencillez: decir lo que les dé la gana”, y los “liberales de combate que quieren lograr patente de circulación en una sociedad socialista”.[72] En síntesis, el autor de las “Quince objeciones a Narciso López”, establecía que lo más importante para un historiador cubano revolucionario, independientemente de la cultura que poseyese, era “manejar los principios fundamentales del marxismo leninismo”. Luego debía tener acceso a una amplia bibliografía y, por último, podía visitar los archivos en busca de los documentos originales. Hecha esta operación de jerarquización arbitraria del conocimiento, Aguirre hacía una afirmación insólita en alguien que pretendía normar el saber histórico: “si personalmente hemos manejado, por lo común, una bibliografía insuficiente, es mucho mayor nuestro pecado, por lo que toca a archivos: nunca los hemos visitado”.[73]
Entre otros desatinos de este artículo, Aguirre recomendaba abandonar los estudios sobre el papel de negros y mulatos en la sociedad cubana (“Si alguien (…) se dedicó como historiador a destacar los valores de sus compatriotas negros y mulatos fue porque la negrofilia era un recurso legítimo contra la negrofobia entonces dominante, en 1973 sale sobrando entre nosotros esa tentación historiográfica, viene a matar cadáveres. Es hora pues de abandonarla”), distribuía premios y castigos entre los actores históricos (“el independentista pecador tendrá por lo común un sitio histórico preferente sobre el anexionista más angelical”), abogaba porque las obras escritas debían ser un producto colectivo y finalmente emplazaba a los historiadores a “reeducarse” para su inserción útil en la sociedad.
No obstante la acumulación de prejuicios y errores contra la ciencia histórica y sus profesionales, quisiera comentar algunos textos publicados en la década de 1970 que destacan por su brillantez expositiva y particular sensibilidad, aunque no fueron producidos en su totalidad por historiadores. En primer lugar el hermoso y fecundante libro de Cintio Vitier Ese sol del mundo moral (1975), publicado en México por el ambiente de intolerancia ideológica descrito con anterioridad, pero que constituyó un ejemplar estudio de la eticidad y de la idea de justicia en la historia de Cuba, desde sus orígenes coloniales hasta la Revolución Cubana.
Esta historia moral de Cuba tomaba como centro de sus reflexiones la vida y obra de José Martí, pero su autor dejaba claro que no se trataba “de la historia de una sustancia autónoma, separable del acontecer económico, político y social, sino de una manifestación de este, como cuando se hace la historia de la literatura o de la economía; solo que esta manifestación es aquella en que se clarifican los móviles y fines más generosos y creadores de la conducta”.[74] Era la obra, no de un historiador en el sentido riguroso del término, sino de un “poeta sencillamente enamorado de su patria”.[75]
Otro poeta enamorado de su patria, Roberto Fernández Retamar, utiliza la historia de manera fluida en sus textos sobre el Che y Martí, en su célebre ensayo Caliban (1971), y asimismo sucede en sus libros Introducción a José Martí (1978), Cuba hasta Fidel (1979), Algunos usos de civilización y barbarie (1989) y Concierto para la mano izquierda (2000). Particularmente en Caliban, Retamar hizo una brillante exposición de lo que hoy llamamos estudios poscoloniales, y todas sus líneas rezuman una perspectiva descolonizadora, tercermundista y contraria al eurocentrismo. Los ensayos de Retamar son históricos en la medida que expresan con extraordinaria lucidez la historia de luchas y las ideas emancipadoras en el mundo colonial, latinoamericano y cubano.
También de 1971 es la primera versión del ensayo de Ramón de Armas, “La Revolución pospuesta”, aparecido originalmente en el número 49-50 de la revista Pensamiento crítico y luego publicado como libro en 1975. De Armas perteneció al Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana y desde allí se propuso estudiar a profundidad las posiciones de la burguesía cubana frente al proceso revolucionario cubano del siglo XIX, y particularmente el proceso de desmontaje “desde adentro” que realizaron con la Revolución de 1895. En los prolegómenos del libro el autor dejaba explícito: “nos interesa analizar los cambios de postura política de la burguesía cubana en su conjunto, solo como modo de llegar a calibrar el alcance y las posibilidades del movimiento revolucionario que da origen a la insurrección armada de 1895”.[76]
Asimismo se analiza la condición dependiente de la burguesía cubana decimonónica tanto de España como de los Estados Unidos y su temor permanente a una salida revolucionaria radical del estatuto colonial. Su llegada al campo insurgente, y su accionar político dentro de él, fue precisamente para impedir que una revolución nacionalista de profundos contenidos democráticos y populares pudiera llevarse hasta sus últimas consecuencias. Tiene razón Fernando Martínez Heredia cuando afirma que no es la incapacidad estructural de la burguesía cubana para convertirse en clase nacional el centro de esta investigación, sino las luchas de clases y las actitudes políticas conservadoras de las dirigencias revolucionarias en el transcurso del proceso nacional liberador.[77]
Otros textos aparecido casi al finalizar el Quinquenio Gris en la esfera cultural, fueron los dos volúmenes de ensayos sobre la República burguesa neocolonial promovidos por el Grupo de Estudios Cubanos de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Habana[78] y la Antología del pensamiento medieval (1975), del entonces joven historiador Eduardo Torres-Cuevas. Los estudios sobre la república burguesa eran una asignatura pendiente en la historiografía cubana, incluyendo la de la etapa revolucionaria, que había privilegiado los acercamientos al siglo XIX. La importancia de estas indagaciones sobre la dominación capitalista las subrayó Ramón de Armas al señalar: “la doble especificidad de haber servido al imperialismo norteamericano para transitar por primera vez-con pasos no por inexpertos menos lacerantes-por el camino de la dominación y el sojuzgamiento neocoloniales, y de haber sido capaz de producir, en un largo período de gestación que se remonta a varias décadas atrás, la primera revolución socialista del continente americano”.[79]
El primer volumen lo integraron un conjunto de trabajos multidisciplinarios de la autoría de Juan Pérez de la Riva (“Los recursos humanos de Cuba al comenzar el siglo: inmigración, economía y nacionalidad (1899-1906); Oscar Zanetti (“El comercio exterior de la república neocolonial”); Francisco López Segrera (“La economía y la política en la república neocolonial”); Federico Chang (“Los militares y el ejército de la república neocolonial: las tres primeras décadas”) y Carlos del Toro (“Algunos aspectos económicos del movimiento obrero cubano (1933-1958).
El segundo tomo incorporó nuevos trabajos de Pérez de la Riva sobre la migración antillana; Carlos del Toro acerca los congresos obreros entre 1892 y 1934 y la fundación de la primera central sindical nacional de trabajadores cubanos; López Segrera sobre la industria azucarera en el período de 1925 a 1937 y Federico Chang en torno a los presupuestos militares de 1907 a 1933.[80] Se incorporan en este segundo libro los análisis de Oscar Pino Santos[81] sobre la dictadura de Gerardo Machado; Maricela Mateo examina a la organización política ABC como opción reformista de la burguesía ante la crisis generada por Machado y Josefina Meza propone un acercamiento al pensamiento político del líder comunista Rubén Martínez Villena.[82]
Otras aproximaciones a la etapa republicana en este período fueron los libros de Teresita Yglesia,[83] con énfasis en los aspectos de la dependencia política a los Estados Unidos y de Joel James Figarola,[84] quien centró su atención en el monopolio político de los “generales y doctores”, el caudillismo y el intervencionismo norteamericano.
El volumen de Torres-Cuevas fue concebido con propósitos docentes para la asignatura de Historia de la filosofía, y llenó un vacío apreciable en la escasa bibliografía producida en Cuba hasta ese momento sobre el tema. Una de las cuestiones que más llama la atención en aquel texto, es el apego del investigador a la teoría marxista original para explicarse al hombre del Medioevo y su complejo sistema de representaciones y creencias. No hay en el prólogo a la antología una sola cita de manuales, y sí una enjundiosa asimilación marxista del lugar del hombre en el devenir histórico que lo lleva afirmar: “Pero dentro de todo proceso histórico el factor fundamental es el hombre, concreto, realmente existente que, como dijera Marx, crea el medio en la medida en que el medio lo crea a él y que no está condicionado por ninguna fuerza extraña a su realidad social concreta”.[85]
La producción posterior de Torres Cuevas ha sido abundante y de gran calidad, destacándose sus obras de carácter biográfico sobre el Obispo Espada, Félix Varela y Antonio Maceo,[86] así como minuciosos estudios sobre el pensamiento cubano del siglo XIX,[87] los aportes de la masonería a la formación de la nación cubana[88] y la historia de la iglesia católica.[89] Su contribución a la comprensión de la sociedad criolla que se gestó durante los siglos coloniales (las “patrias de los criollos”) es uno de los ángulos más apreciables de la síntesis de historia de Cuba preparada en colaboración con el profesor Oscar Loyola Vega.[90]
Capítulo aparte merece la empresa enciclopedista que Torres-Cuevas y su equipo de colaboradores en la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz, han hecho al publicar las obras de los más importantes pensadores cubanos de los siglos coloniales, en versiones impresas y digitales, bajo el título general de Biblioteca de Clásicos Cubanos.[91]
Para continuar, descargue aquí el ensayo íntegro "Las armas secretas de la Historia"
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Notas:
1. Oscar Zanetti, “La historiografía de temática social (1959-1984)”; Mildred de la Torre, “Apuntes sobre la historiografía del pensamiento cubano del siglo XIX (1959-1984)”; Francisco Pérez Guzmán, “La historiografía de las guerras de independencia en veinticinco años de Revolución”; Ibrahim Hidalgo Paz, “Notas acerca de la historiografía martiana en el período 1959-1983”; Alina Pérez Menéndez y Lilian Vizcaíno González, “Breve estudio historiográfico sobre el movimiento juvenil cubano (1959-1983)”; Ana Cairo, “La revolución del 30: una aproximación historiográfica”; Alejandro García Álvarez, “El testimonio: su divulgación en Cuba revolucionaria”; Olga Portuondo Zúñiga, “La historiografía acerca del período 1510-1868 en XXV años de Revolución”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, enero-abril, 1985. Hernán Venegas Delgado, “Veinticinco años de historia regional en Cuba revolucionaria (1959-1983); Gloria García, “La historia económica de Cuba: 25 años de historiografía”; Dolores du Breuil, “Historia de Cuba. Textos con fines docentes editados durante el período revolucionario”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, mayo-agosto, 1985.
2. Jorge Ibarra Cuesta, “Historiografía y Revolución”, Temas, La Habana, no. 1, enero-marzo, 1995, pp. 5-16; “Análisis de la historiografía cubana”, Memorias. Programa profesional XVI Feria Internacional del Libro de La Habana, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2007, pp. 26-36.
3. Fernando Martínez Heredia, “Historia y marxismo”, La Gaceta de Cuba, La Habana, no. 4, julio-agosto, 1995, pp. 9-13; “¿Para qué la Historia?”, Caminos, La Habana, no. 7, 1997, pp. 104-108; “¿Renovar la historia política?”, en: El ejercicio de pensar, La Habana, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello y Ruth Casa Editorial, 2008, pp. 107-115 y “Combates por la historia en la Revolución”, La Gaceta de Cuba, La Habana, no. 1, enero-febrero, 2009, pp. 3-5.
4. Enrique López Mesa, “Historiografía y nación en Cuba”, Debates americanos, La Habana, no. 7-8, enero-diciembre, 1999, pp. 3-21.
5. Oscar Zanetti, Isla en la historia. La historiografía de Cuba en el siglo XX, La Habana, Ediciones Unión, 2005.
6. María del Carmen Barcia, ““El tema negro en la historiografía Cubana del siglo XX”, Del Caribe, Santiago de Cuba, no. 44, 2004, pp. 102-110.
7. Olga Portuondo, “Luces y sombras de la historiografía cubana en 50 años de Revolución”, La Gaceta de Cuba, La Habana, no.3, mayo-junio, 2009, pp. 38-39.
8. Alessandra Riccio, “El Ingenio de Moreno”, Revolución y cultura, La Habana, no. 9, septiembre, 1989, pp. 4-11. Olga Cabrera e Isabel Ibarra, “Fragmentos de un conversación interrumpida”, Encuentro de la cultura cubana, Madrid, no. 10, otoño, 1998, pp. 3-10.
9. Eduardo Torres Cuevas, “Necesidad de la historia. Conversación entre historiadores con Julio Le Riverend”, Debates americanos, La Habana, no. 1, 1995, pp. 86-93.
10. Pedro Pablo Rodríguez, “Jorge Ibarra. Pasión por la historia”, La Gaceta de Cuba, La Habana, no. 6, noviembre-diciembre, 2001, pp. 26-29.
11. Ricardo Quiza Moreno, “De alante pa' atrás: un análisis de la “novel” historiografía cubana”, en Nuevas voces… viejos asuntos. Panorama de la reciente historiografía cubana, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2005, pp. 1-20.
12. Rafael Rojas, “Dilemas de la nueva historia”, Encuentro de la cultura cubana, Madrid, no.50, otoño, 2008, pp. 153-157.
13. Julio Le Riverend Brusone, “Sobre la ciencia histórica de Cuba”, Islas, Santa Clara, nos. 32-33, enero-agosto, 1969, pp. 181-220.
14. Ídem, p. 201.
15. Oscar Zanetti Lecuona, op. cit., p. 41.
16. Carlos Rafael Rodríguez, “El marxismo y la historia de Cuba”, Dialéctica, La Habana, marzo-abril, 1943. Tomo la cita de su reproducción en Letra con filo, La Habana, Ediciones Unión, 1987, tomo III, p. 48.
17. Raúl Cepero Bonilla, Azúcar y abolición (Apuntes para una historia crítica del abolicionismo), La Habana, Editorial Cenit, 1948. En el prólogo afirma: “Creo que es un grave error ocultar actitudes y escamotear hechos. El historiador debe exponer lo que la investigación le revela, aunque choque contra los mitos de una pretendida historiografía. La ciencia no se deja confundir por los falsos valores y por los prejuicios”.
18. Oscar Zanetti Lecuona, op. cit., p. 42.
19. Carlos del Toro, “Emilio Roig de Leuchsenring y los Congresos Nacionales de Historia”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, septiembre-diciembre, 1989, pp. 133-150.
20. Revaloración de la historia de Cuba por los Congresos Nacionales de Historia, segunda edición, La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad, 1961.
21. Emilio Roig de Leuchsenring, Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos. Trabajo presentado al Noveno Congreso Nacional de Historia, La Habana, Publicaciones de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, 1950.
22. El intento de escribir las historias de las seis provincias cubanas de la época, promovidas por la Academia de la Historia de Cuba, a cargo de Emeterio Santovenia (Pinar del Río), Julio Le Riverend (La Habana), Francisco Ponte Domínguez (Matanzas), Rafael Rodríguez Altunaga (Las Villas), Mary Cruz (Camaguey) y Juan Jerez Villareal (Oriente), con la excepción de Le Riverend, “compendian supinamente las deficiencias tanto básicas como específicas de la historia burguesa cubana”, Hernán Venegas Delgado, “Veinticinco años de historia regional en Cuba revolucionaria (1959-1983), p. 8.
23. Julio Le Riverend, La Habana (Biografía de una provincia), La Habana, Imprenta “El siglo XX”, 1960.
24. Manuel Moreno Fraginals, Cuba/España, España/Cuba. Historia común, Barcelona, Editorial Crítica, 1995, p. 12.
25. Una necesidad lógica del proceso revolucionario fue la de contar con textos y manuales dirigidos a la docencia de la historia de Cuba desde nuevas ópticas en los diferentes niveles de enseñanza. Entre los libros más importantes en este sentido destacan: Historia de Cuba (Curso de Superación para Maestros, Olga López, 1965); Historia de Cuba (Sergio Aguirre, 1966); Historia de Cuba (MINFAR, Jorge Ibarra, 1967) e Historia de Cuba (Dirección General de formación de personal docente del MINED, Julio Le Riverend y otros, 6 tomos). Más información en: Dolores du Breuil, “Historia de Cuba. Textos con fines docentes editados durante el período revolucionario”, pp. 61-71.
26. José Antonio Portuondo, “Hacia una nueva historia de Cuba”, Cuba socialista, La Habana, agosto, 1963. Tomo la cita de: Crítica de la época y otros ensayos, Universidad Central de Las Villas, 1965, p. 26.
27. El artículo de Moreno Fraginals “La Historia como arma”, fechado en octubre de 1966, resume el espíritu de subversión de la historia que la praxis revolucionaría pedía a los historiadores cubanos, así como las luchas por imponer nuevas interpretaciones sobre el pasado insular. La crítica de Moreno no se refería solo a los cronistas burgueses de la historia, sino a pretendidos marxistas cuya “lámpara mágica (…) borra del panorama de la Isla las trágicas figuras silenciosas de medio millón de esclavos (…) y puede resumir el trágico año de 1834 en una polémica entre el cubano Saco y el español Tacón”. Más delante me referiré con más detalle a este texto.
28. Fernando Ortiz, Historia de una Pelea Cubana contra los Demonios. Relato documentado y glosa folklorista y casi teológica de la terrible contienda que, a fines del siglo XVII y junto a una boca de los infiernos, fue librada en la villa de San Juan de los Remedios por un inquisidor codicioso, una negra esclava, un rey embrujado y gran copia de piratas, contrabandistas, mercaderes, hateros, alcaldes, capitanes, clérigos, energúmenos y miles de diablos al mando de Lucifer, Universidad Central de Las Villas, Departamento de Relaciones Culturales, 1959.
29. Oscar Zanetti Lecuona, op. cit., pp. 47-48.
30. Walterio Carbonell, Cómo surgió la cultura nacional, La Habana, Ediciones Yaka, 1961. Trabajo aquí con la segunda edición: Cómo surgió la cultura nacional, La Habana, Biblioteca Nacional José Martí, Ediciones Bachiller, 2005.
31. Sergio Aguirre, Lecciones de historia de Cuba, La Habana, Departamento de Instrucción Revolucionaria, 1963. El libro original fue publicado en 1960.
32. Fernando Martínez Heredia, “Combates por la historia en la Revolución”, p. 3.
33. Juan Pérez de la Riva, “El monto de la inmigración forzada en el siglo XIX”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, enero-abril, 1964; “Estudios y estadísticas demográficas: tradición colonial y actualidad”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, enero-marzo, 1967, pp.101-109; ¿Cuántos africanos fueron traídos a Cuba?, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1977 y El monto de la inmigración forzosa en el siglo XIX, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1979.
34. Correspondencia reservada del Capitán General Don Miguel Tacón con el gobierno de Madrid: 1834-1838, introducción, notas y bibliografía por Juan Pérez de la Riva, La Habana, Consejo Nacional de Cultura, Biblioteca Nacional José Martí, 1963.
35. Coincido con Hernán Venegas en que son muchos más los conjuntos regionales que componen la formación económico social de Cuba, y también que sería injusto pedirle esa conclusión a Pérez de la Riva en 1968.
36. Juan Pérez de la Riva, “Una isla con dos historias”, El barracón y otros ensayos, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p. 89.
37. Manuel Moreno Fraginals, José A. Saco. Estudio y bibliografía, Universidad Central de Las Villas, Dirección de Publicaciones, 1960, pp. 8-9.
38. Manuel Moreno Fraginals, El Ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1978, t. I, pp. 9-10.
39. Ídem, p. 10.
40. Olga Cabrera e Isabel Ibarra, “Fragmentos de un conversación interrumpida”, p. 7.
41. Ernesto Guevara, Obras, 1957-1967, La Habana, Casa de las Américas, 1970, t. II, p. 691.
42. Raúl Roa, El fuego de la semilla en el surco, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1982, p.211.
43. Manuel Moreno Fraginals, “La historia como arma”, Diez años de la revista Casa de las Américas 1960-1970, La Habana, Instituto del Libro, 1970, p. 60.
44. Alessandra Riccio, “El Ingenio de Moreno”, p. 10.
45. Manuel Moreno Fraginals, La historia como arma y otros estudios sobre esclavos, ingenios y plantaciones, Barcelona, Editorial Crítica, 1983.
46. Pedro Pablo Rodríguez, “El hombre de El ingenio”, La Gaceta de Cuba, La Habana, no. 4, julio-agosto, 2001, p. 27.
47. Bibliografía del Dr. Julio J. Le Riverend Brusone y Noticia biográfica. Homenaje en su 70 aniversario, La Habana, Ministerio de Cultura y Biblioteca Nacional José Martí, 1982, p. 14.
48. Julio Le Riverend, “De la historia provincial y local en sus relaciones con la historia general de Cuba”, Santiago, Santiago de Cuba, junio de 1982; “Variaciones sobre el mismo tema: historia nacional e historia regional”, Del Caribe, Santiago de Cuba, no. 6, 1986.
49. Pedro Deschamps Chapeaux, El negro en la economía habanera del siglo XIX, La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1971.
50. Pedro Deschamps Chapeaux y Juan Pérez de la Riva, Contribución a la historia de la gente sin historia, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1974, p. 29.
51. José Luciano Franco, La conspiración de Aponte, 1812, La Habana, Consejo Nacional de Cultura, 1963; Ensayos históricos, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1974; La diáspora africana en el Nuevo Mundo, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975; Las conspiraciones de 1810 y 1812, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1977; Comercio clandestino de esclavos, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1980;
52. Gabino La Rosa Corzo, Los cimarrones de Cuba, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1982 y Los palenques del Oriente de Cuba. Resistencia y acoso, La Habana, Editorial Academia, 1991.
53. Miguel Barnet, Biografía de un cimarrón, La Habana, Instituto de Etnología y Folklore, 1966.
54. Ana Cairo, Bembé para cimarrones, La Habana, Publicaciones Acuario, 2005.
55. En este cardinal discurso Fidel había señalado críticamente: “No sé cómo es posible que habiendo tareas tan importantes, tan urgentes como la necesidad de la investigación en la historia de este país, sin embargo, son tan pocos los que se han dedicado a estas tareas. Y antes prefieren dedicar sus talentos a otros problemas, muchos de ellos buscando éxitos baratos mediante lectura efectista, cuando tienen tan increíble caudal, tan increíble tesoro, tan increíble riqueza para ahondar primero que nada y para conocer primero que nada las raíces de este país”, Habla Fidel. 25 discursos en la Revolución, selección y prólogo de Pedro Álvarez Tabío, La Habana, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2008, p. 298.
56. Jorge Ibarra, “Respuesta a Marcos Llanos”, Casa de las Américas, La Habana, no. 51-52, noviembre de 1968-febrero de 1969, p. 251.
57. El Autor y su Obra 7. Dedicado a Jorge Ibarra, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2004, p. 14.
58. Jorge Ibarra Cuesta, Nación y cultura nacional, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1981; Un ensayo psicosocial del cubano: 1898-1925, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1985; Cuba: 1898-1921. Partidos políticos y clases sociales, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1992; Cuba: 1898-1958. Estructura y procesos sociales, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1995; Máximo Gómez frente al Imperio, 1898-1905, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2000; Varela el precursor. Un estudio de época, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2004; Patria, etnia y nación, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2007; Encrucijadas de la guerra prolongada, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2008 y Marx y los historiadores ante la hacienda y la plantación esclavista, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2008.
59. Pedro Pablo Rodríguez, “Jorge Ibarra. Pasión por la historia”, p. 27.
60. El Autor y su Obra 7. Dedicado a Jorge Ibarra, p. 15.
61. Fernando Martínez Heredia, “Combates por la historia en la Revolución”, p. 4.
62. En uno de aquellos libros el autor se preguntaba: “¿La definición de Stalin sometida a un análisis y aplicada a condiciones históricas concretas como las de nuestro país, donde la nacionalidad es producto de la fusión de componentes multinacionales, podrá conducirnos a determinar en qué momento y en qué condiciones aparece la nación cubana? La respuesta es afirmativa puesto que lo determinante es distinguir la forma particular en que los rasgos característicos de la nación cubana van apareciendo. Y no hay duda que la definición nos da el basamento teórico para lograr esos objetivos”. Carlos Chaín, Formación de la nación cubana, La Habana, Ediciones Granma, 1968.
63. Oscar Zanetti Lecuona, op. cit., p. 51.
64. Ver en este sentido el texto Polémicas culturales de los sesenta, selección y prólogo de Graziella Pogolotti, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2006.
65. Ambrosio Fornet, “Quinquenio Gris: revisitando el término”, La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión, La Habana, Centro Teórico Cultural Criterios, 2008, pp. 25-46.
66. Fernando Martínez Heredia, “Pensamiento social y política de la Revolución”, La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión, La Habana, Centro Teórico Cultural Criterios, 2008, pp. 139-161.
67. Jorge Ibarra Cuesta, “Historiografía y Revolución”, pp. 8-10.
68. Según el testimonio personal de la historiadora Mildred de la Torre Molina, las prohibiciones no fueron implementadas contra el grupo de investigadores que laboraba en la Academia de Ciencias, pero si en otras instituciones dedicadas a la investigación histórica, como el Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba. La Universidad de La Habana mantuvo también una relativa autonomía en este sentido.
69. Jorge Ibarra Cuesta, “Análisis de la historiografía cubana”, pp. 27-29.
70. Oscar Zanetti Lecuona, op. cit., p. 53.
71. Según Jorge Ibarra, con este artículo comenzó “el Período Gris relacionado con la historiografía cubana” y “se planteó exactamente la política que se llevaría a cabo después”, Jorge Ibarra Cuesta, “Análisis de la historiografía cubana”, pp. 26-27.
72. Sergio Aguirre, “La trampa que arde”, Revolución y cultura, La Habana, no. 19, marzo, 1974, p. 17.
73. Ídem, p. 18.
74. Cintio Vitier, Ese sol del mundo moral, La Habana, Ediciones Unión, 1995, p. 8.
75. Ídem, p. 9.
76. Ramón de Armas, La revolución pospuesta. Destino de la revolución martiana de 1895, prólogo de Fernando Martínez Heredia, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2002, p. 47.
77. Ídem, pp. 16-17.
78. Anuario de estudios cubanos. La república neocolonial 1 y 2, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975-1979.
79. Ramón de Armas, “Introducción”, Anuario de estudios cubanos. La república neocolonial 1, p. 5.
80. Federico Chang, El ejército constitucional en la república neocolonial 1899-1933, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1981.
81. La obra historiográfica fundamental de Pino Santos aparece recogida en el volumen Cuba. Historia y economía, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1983, donde se compilan sus libros anteriores Aspectos fundamentales de la historia de Cuba (1963) y El asalto a Cuba por la oligarquía financiera yanqui (1973). También destaca su valoración de la influencia estadounidense en la historia de Cuba titulada De la Isla estratégica al protectorado y la neocolonia, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2004.
82. Sobre la figura de Martínez Villena existen la biografía de Ana Núñez Machín, Rubén Martínez Villena, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1974; el espléndido libro de Raúl Roa, El fuego de la semilla en el surco, La Habana, Editorial de Letras Cubanas, 1982; la recopilación de cartas hechas por Carlos Reig Romero, Correspondencia de Rubén Martínez Villena, San Antonio de los Baños, Editorial Unicornio, 2005 y el ensayo de Caridad Massón Sena, Rubén: desde el recuerdo y la esperanza, San Antonio de los Baños, Editorial Unicornio, 2006.
83. Teresita Yglesia Martínez, Cuba. Primera república, segunda ocupación, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1976 y El segundo ensayo de república, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1980.
84. Joel James Figarola, Cuba 1900-1928: la república dividida contra sí misma, La Habana, Editorial de Arte y Literatura, 1976.
85. Eduardo Torres-Cuevas, “Prólogo”, Antología del pensamiento medieval, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p. 9.
86. Eduardo Torres-Cuevas, Obispo Espada. Ilustración. Reforma y antiesclavismo, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1990; Félix Varela. Los orígenes de la ciencia y conciencia cubanas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1995 y Antonio Maceo: las ideas que sostienen el arma, La Habana Editorial de Ciencias Sociales, 1995.
87. Eduardo Torres-Cuevas, Historia del Pensamiento Cubano, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2t., 2004 y 2005; Dos siglos de pensamiento de la emancipación cubana (de Félix Varela a la Historia me absolverá), La Habana, Editorial Imagen Contemporánea, 2004 y En busca de la cubanidad, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2t., 2006.
88. Eduardo Torres-Cuevas, Historia de la masonería cubana. Seis ensayos, La Habana, Editorial Imagen Contemporánea, 2005 y 2006.
89. Eduardo Torres-Cuevas y Edelberto Leiva Lajara, Historia de la iglesia católica en Cuba. La iglesia en las patrias de los criollos, La Habana, Ediciones Boloña, 2007.
90. Eduardo Torres-Cuevas y Oscar Loyola Vega, Historia de Cuba 1492-1898. Formación y liberación de la nación, La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 2001.
91. Hasta la fecha han visto la luz en ambos formatos los volúmenes correspondientes a Félix Varela, el Obispo Espada, José Agustín Caballero, Felipe Poey, José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero, Francisco de Arango y Parreño, Domingo del Monte, Tomás Romay, Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, José Martín Félix de Arrate, José Ignacio de Urrutia y Montoya, Antonio José Valdés y Pedro
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