45 Aniversario de la muerte de Camilo Cienfuegos
Camilo, lealtad sin límite al pueblo y a Fidel.
William Gálvez Rodríguez
La inesperada desaparición de Camilo el 28 de octubre de 1959, poseedor de una hermosa y rica leyenda, que había sabido ganarse la admiración y el cariño de su pueblo, por sus hazañas y modestia, puso en tensión no solo las fuerzas oficiales sino que toda la nación se dedicó a su búsqueda, convencida de haber perdido algo que le pertenece.
Fueron 11 días de ininterrumpido trabajo dirigido personalmente por Fidel. Jornadas en las que todo el pueblo sufrió, al hacerse evidente, con el decursar de cada día, la dolorosa certidumbre de una desaparición definitiva.
Como consecuencia de una falsa noticia echada a rodar por los enemigos de la Revolución, al anunciar la radio que Camilo había sido encontrado, estalló la alegría de la espontánea emoción popular. Fue aquella falaz noticia una acción de caracteres tan malvados y reaccionariamente sutiles que, luego de desmentida, el pueblo lloró unánimemente en montes y ciudades. Sobre los hombros de los enemigos de la Revolución cayó la condena de la sensibilidad universal. ¿Por qué Camilo Cienfuegos ganó tan alto grado de admiración y cariño? ¿Por qué esa demostración masiva y espontánea del pueblo por encontrarlo? Estas dos preguntas tienen una sola respuesta: el pueblo, la Revolución y Camilo fueron siempre factores inseparables de una misma causa. Han transcurrido 45 años desde su triste pérdida, pero el tiempo, lejos de disipar esta huella, ha hecho cada día más concreta y definitiva su trascendencia en la conciencia política y la veneración patriótica de nuestro pueblo. ¿Por qué ha ocurrido esto?.
La intensa vida revolucionaria de Camilo Cienfuegos experimentaba un acelerado proceso de maduración cuando la muerte súbita la tronchó prematuramente —a los 27 años de edad—, en el mismo momento en que la Revolución comenzaba la dura y decisiva etapa de su batalla frontal contra el imperialismo yanki y la contrarrevolución interna.
Ese proceso quedó truncado, pues, en el instante en que ya el jefe guerrillero invicto y audaz, alcanzaba también la talla de dirigente revolucionario íntegro y experimentado, entregado con todas sus fuerzas a la aplicación de la política de la Revolución y a la defensa de la causa del pueblo. No olvidemos a Fidel cuando dijo: "Camilo seguirá viviendo en hombres como él, y en hombres que se inspiren en él". Esa premonitoria frase ha sido una realidad en las miles de vidas entregadas en defensa de la Revolución, en el cumplimiento del deber internacionalista, en los Cinco Héroes prisioneros del imperialismo y en los millones de cubanos dispuestos a reeditar su ejemplo.
Aunque cayó cuando todo en realidad estaba aún por hacer, Camilo es, y será siempre, para nuestro pueblo ese difícil modelo de lo máximo que puede dar un hombre entregado a la causa de la Revolución, y que se define en una sola palabra: VANGUARDIA. Cuando nuestro Partido comenzaba a dar los primeros pasos en su organización, precisamente, Fidel expresó: "Durante los años de lucha en las montañas, nosotros siempre nos preocupábamos mucho por nuestra vanguardia, porque tenía tareas muy especiales y muy importantes: era la primera unidad en chocar con el enemigo si se emboscaba en los caminos, cuidar la ruta, montar guardia permanentemente. ¡Y allí, en el pelotón de la vanguardia de nuestra Columna estaba Camilo! ¡Eso es el Partido: la Vanguardia! "
Camilo, es cierto, no tenía la cultura de los libros, sino la inteligencia natural del pueblo. Durante su formación más temprana no parece haber estudiado la literatura marxista. Poseía, claro está, el denominador común que caracterizó a la Generación del Centenario que se lanzó a la lucha desde el zarpazo militar y en los años siguientes: Una apasionada identificación con las ideas martianas, un ansia irreductible por alcanzar para Cuba el sueño de una plena soberanía, el amor a la fraternidad humana, a la dignidad y a la honestidad de los hombres; dignidad y honestidad pública que había trazado maravillosa y estupendamente el Maestro.Llevó a la lucha el instinto revolucionario de su hogar obrero, el amor a la causa de los humildes y explotados, la más absoluta pureza de ideales y el repudio hacia la explotación y la dominación imperialistas, los cuales no solo sufrió en carne propia como trabajador en Cuba —donde llegado el momento supo estrechar filas con los que estaban dispuestos a todo—, sino también como emigrado forzoso, en Estados Unidos.
Se formó política e ideológicamente a través de su vida de obrero explotado —en Cuba y en Estados Unidos—, así como en los campos de batalla de nuestro glorioso Ejército Rebelde. A su lado, creciendo junto a él, estuvo de manera excepcional el magisterio exigente y profundo de Fidel y de Che.
Figura de vanguardia, era motor impulsor del avance y la profundidad de todo el proceso revolucionario; pero, al mismo tiempo, recibía de este —de la lucha contra el enemigo interno y externo, de la estrecha relación con las masas y del vínculo entrañable con Fidel y demás compañeros de la Revolución— el impulso que lo convertía en un dirigente político popular cada día más pleno, más profundo, más integral.
Es por eso que en una entrevista realizada pocas semanas después del triunfo del Primero de Enero, Camilo ofreció una síntesis que expresa lo radical y pleno de su pensamiento político y revolucionario: "El proceso revolucionario actual, donde el alma, el corazón y el coraje de nuestra generación se ha entregado a la causa de la libertad, no es más que la continuación de la gesta libertaria, iniciada en el 68, continuada en el 95 y frustrada durante la República. Los ideales de liberación, de justicia social, política y económica por las cuales murió nuestro Apóstol, son las razones de nuestra lucha".
Frente a los intentos de confundir y dividir a los revolucionarios y al pueblo, su incesante prédica por la unidad. En Sagua la Grande, ante la tumba de los caídos el 9 de Abril, fue este su ardiente llamamiento: "... pedimos que en silencio, como hacen los hombres y mujeres de honor, juremos en silencio que nada ni nadie nos dividirá, que nada ni nadie detendrá la Revolución y que todos preferiremos mil veces caer muertos antes que rendirnos al enemigo o antes que la Revolución se detenga. ¡Yo juro, aquí, que el pensamiento de esos revolucionarios no será traicionado!"
En el corazón combatiente de Camilo latía con fuerza extraordinaria la causa de los obreros y los campesinos explotados. Es conocida cuánta atención dedicó durante la lucha insurreccional a la organización democrática y combativa de unos y de otros. ¿Quién no recuerda su confianza, su devoción y su vinculación a las masas en los meses posteriores al triunfo popular? En toda su actividad se revelaba una profunda comprensión acerca de la necesidad de la alianza entre los obreros y los campesinos, unida a su convicción de que eran las clases trabajadoras y explotadas las llamadas a llevar adelante, conscientemente, el proceso revolucionario.
De ello dio ejemplo en sus relaciones con los que estuvieron a su lado durante la guerra. Es ampliamente conocida, asimismo, la labor persuasiva y la altura revolucionaria con que trabajó a su llegada al Norte de Las Villas, por lograr la unidad entre todos los combatientes en la zona. En la lucha por la unidad, Camilo sabía actuar con tacto, aunque con energía, haciendo prevalecer las consideraciones de principio por encima de cualquier tipo de estrechez mental o de limitación ideológica. La política de amplia unidad en la lucha contra la tiranía y posteriormente, trazada por Fidel, tuvo en ese sencillo héroe uno de sus artífices más inteligentes, diestros y firmes.
Hay una foto, ya histórica, que se ha convertido con justicia en símbolo del triunfo de nuestra Revolución. Fue tomada el 8 de enero de 1959, al cabo de seis años de la dura lucha que se inició en el Moncada, se continuó en la cárcel, en el exilio, en la expedición libertadora del Granma y, la invasión rebelde, finalmente, culminó tras 25 meses de heroica guerra revolucionaria en las montañas, campos y ciudades: Fidel entra victorioso en La Habana; el pueblo lo aclama con desbordada manifestación de júbilo, a su lado, ametralladora en mano, montando guardia junto al jefe de la Revolución, como en los primeros y azarosos días de la Sierra Maestra, va Camilo.
Pudiera decirse que esta foto es también como un símbolo del cariño entrañable, la devoción fraterna y la lealtad infinita de Camilo hacia Fidel, que nuestro Comandante en Jefe reciprocaba a su vez con el afecto y la confianza más absolutos. Esos sentimientos de completa identidad de criterios y de hermandad revolucionaria entre Fidel y los principales luchadores de nuestra Revolución —como ocurre de manera singular en el caso de Camilo—, van mucho más allá de una simple y hermosa expresión de afinidad y compañerismo, para convertirse en un hecho de extraordinaria importancia política e ideológica. Ellos son exponentes de la unidad indestructible del núcleo dirigente de la Revolución cubana, cimentada en la comunidad de ideales y en el acatamiento de la jefatura y la guía esclarecida de Fidel. Razón por la que Che dijo: "Camilo era un devoto de la lealtad que la usaba en dos grandes líneas con el mismo resultado; tan devoto de la lealtad personal hacia Fidel que encarnaba como nadie, y era devoto de la voluntad del pueblo; pueblo y Fidel marchan unidos y así marchaban unidas las devociones de Camilo".
¿Cuál es, podríamos preguntarnos ahora, el rasgo principal del pensamiento político y revolucionario de Camilo Cienfuegos? En primer lugar, su conciencia acerca del sentido profundo de la Revolución. Para él, esta no podría detenerse en la simple satisfacción de las demandas más perentorias del pueblo; por el contrario, debía ir hacia la transformación radical de la situación económica y social que había servido de sustento a la corrupción y la politiquería imperantes, y había permitido, finalmente, la aparición de la sangrienta tiranía de Batista. En fin, Camilo comprendía que en esa tarea creadora y definitiva, la Revolución tendría al imperialismo norteamericano como su enemigo inexorable. En Camagüey, el 21 de octubre de 1959, dijo:
"Esa Revolución irá hasta sus límites finales. Esa Revolución irá hacia la meta trazada, esa Revolución, como en los días de la guerra, tiene solo dos caminos: `vencer o morir' (...) esta Revolución es justa y que se hace no para privilegios de unos cuantos, no para amparar intereses, no para defender a los latifundistas, a los hacendados que por siempre escarnecieron, que por siempre abusaron, que por siempre atropellaron al pueblo de Cuba..."
Cuando el pueblo se concentró frente al Palacio Presidencial, el 26 de octubre de 1959, Camilo fue el intérprete de este sentimiento: "... no importan las traiciones arteras y cobardes que puedan hacer a este pueblo y a esta Revolución, que no importa que vengan aviones mercenarios tripulados por criminales de guerra y amparados por intereses poderosos del gobierno norteamericano, porque aquí hay un pueblo que no se deja confundir por los traidores, hay un pueblo que no le teme a la aviación mercenaria..."
¿Qué era Camilo?, nos preguntamos hoy. Y respondemos sin vacilación: Camilo era un revolucionario de cuerpo entero, modelo insuperable de combatiente y de vanguardia; hombre de pensamiento radical y antiimperialista; revolucionario surgido del pueblo en el que latía y se desarrollaba aceleradamente un comunista cabal, de sentimientos y de corazón.
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